A mucha tiniebla su corazón respondía:
pero estaba claro y celestial, como el sol o como el vestido de la hermosa mujer,
mirando la humanidad, residuo de parturientas.
Pálido y trágico, terriblemente,
el diamante de su ser, era sin embargo la más florecida y cristalina durabilidad áspera,
lo masculino definitivo,
el espíritu dramático, el cristal cerebral unciendo aquella gran unidad acerba y estratégica, enormemente dura, alta, pura
y semental del toro que lame entonces, bramando, el sexo a la hembra.
Aullaba su tranquilo y soberbio esplendor entre los proletarios,
porque sentía la justicia y sus métodos,
como el sublime animal la necesidad de existir entre sus montañas y el océano sin palabra.
Ardiendo, como un puñado de tierra,
grandes larvas verdes, acumulando su tórrido clima,
gritos y gestos en orden enorme.
Apagaba su alarido de muchedumbres,
el redoble de tambores moribundos, que le rajaba el pecho,
con la cuchilla definitiva del héroe.
Vladimir Ulianoff, qué enorme,
qué enorme hombre acumulado en las entrañas,
como un saco de angustia, ardido,
ardido entre las guitarras, ardido entre las palomas, ardido entre las naranjas y los eternos cementerios,
ardido a la orilla de la guillotina amarilla:
Lenin y su águila,
en la economía marxista, poniendo su incendio egregio.
Y las masas futuras sobre su frente sin clase.
Arreaba los búfalos rusos, 7subjetiva de Ilich,
con la espalda de la Internacional Sindical Roja.
Sonreía como las espigas,
e iba girando, espantosamente, de espaldas sobre sí mismo,
desde el eje del suceder dialéctico.
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