Engels se encontraba de pie junto a la tumba. Era el 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate, Londres. En medio del silencio, dijo: "A las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo y, cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre". Hacía solo 3 días que había fallecido Karl Marx y tendría por delante el largo trabajo de ordenar y compaginar los textos que su amigo había dejado amontonados en su escritorio. Entre las pilas de hojas y estudios, uno en especial le llamaría poderosamente la atención.
En medio de los escritos, Engels encontró unas notas sobre la sociedad prehistórica basadas en un libro del antropólogo Lewis Morgan donde se analizan los orígenes de la organización social. De las culturas primitivas a la civilización moderna; del denominado salvajismo a la formación de la familia patriarcal. Marx, entre sus anotaciones, había dejado unas líneas sobre las que Engels decidirá comenzar a escribir su obra: "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado". Un año más tarde, el tratado salía a la luz.
Entre sus páginas, plantea que, en las organizaciones anteriores, "las mujeres ocupaban no sólo una posición libre, sino también una posición muy respetada". El derrocamiento del derecho materno, dirá, "fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo". El hombre tomó las riendas en la casa, degradando a la mujer, convirtiéndola en su servidora, una esclava de la lujuria, “un simple instrumento de reproducción". Una forma que supo atravesar los siglos, "gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida". Y así, poco a poco, la propiedad privada iría delimitando las escalas de poder.
Los bienes comunes pasaron a ser mercancías y quien más tenía más privilegios poseía sobre el resto. Era el comienzo del fin de las organizaciones libres, de anarquismos o comunismos primitivos. Pero para que "estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas" es necesario un poder situado “aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del «orden»". Nacía así el Estado como ente regulador de la coerción. La sociedad, fragmentada y dividida en clases, comenzaría a abrirse paso contra las contradicciones y antagonismos impuestos en una lucha que lleva siglos. A pesar de tanta miseria y barbarie, el dinero, aquel invento que rige nuestras vidas, sigue siendo la báscula que distingue entre clases sociales, entre la vida y la muerte. Como diría Engels, "habían creado un poder social nuevo, el poder universal único ante el que iba a inclinarse la sociedad entera”.
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