Querido Cristián:
He leído tu carta, y no puedo más que sonreír irónicamente hacia el cielo gris de Santiago. En tus palabras, intentas pintarme como un perro amargado, un sueño efímero de barricada, pero permíteme decirte, oh poeta del establishment, que tu misiva es un patético intento de condescendencia, un retrato perfecto del arte de hablar mucho sin decir nada.
Permíteme, desde la humilde majestad de mis pulgas y mi errante andar, recordarte que soy simplemente un quiltro, un perro mestizo de las calles, no engendrado en la nobleza ni en la pretensión. No buscaba fama; ella me encontró en mi autenticidad, mi verdadero ser del pueblo, un espíritu libre que ni los salones pulidos ni las plazas controladas pueden realmente comprender.
Tu intento de amansarme en tu narrativa me revela más de tu mundo que del mío. Hablas desde un pedestal construido no sobre talento, sino sobre conexiones y una posición social que te ha blindado de la realidad que viven los de abajo, los olvidados, aquellos a quienes mi imagen representa. Criticas mi supuesta búsqueda de reconocimiento en otros lares, pero, ¿acaso no has usufructuado tú de tu estatus para posicionarte como una voz de los que, en verdad, apenas conoces?
Me acusas de ser una moda pasajera, pero eres tú, en tu mediocridad poética, quien parece aferrarse a cualquier vestigio de relevancia, pintando con palabras huecas las luchas de otros. No necesito reinventarme, porque no soy un producto de tu mundo frívolo y volátil. Mi imagen perdura en el tiempo, un símbolo firme en la memoria de quienes realmente luchan, no un mero adorno en la literatura de salón.
Soy el gruñido en la noche, el ladrido que resuena en los barrios, recordando a todos que, más allá de las traiciones y las modas pasajeras de los políticos y poetas de turno, la resistencia continúa. Mi relevancia no la dicta una estatua ni una columna en el periódico, sino la continua batalla de quienes me ven como un símbolo de su propia persistencia.
No, Cristián, no soy un mercenario de la fama. Soy la constante memoria de la calle, el eterno recordatorio de que hay quienes aún creen en la posibilidad de un mundo diferente. Y no, no necesito ir a La Moneda para recordar quién soy o qué represento. Eso es más de lo que muchos en tu círculo, incluido tú, podrían decir.
Lamento si esta respuesta no está adornada con la pretensión literaria que tanto te gusta exhibir, pero ya sabes, prefiero la acción directa más que las palabras vacías.
Con la cabeza alta y el espíritu indomable, Matapacos.
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