miércoles, 29 de noviembre de 2023

Sobre Friedrich Engels y “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”

Engels se encontraba de pie junto a la tumba. Era el 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate, Londres. En medio del silencio, dijo: "A las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo y, cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre". Hacía solo 3 días que había fallecido Karl Marx y tendría por delante el largo trabajo de ordenar y compaginar los textos que su amigo había dejado amontonados en su escritorio. Entre las pilas de hojas y estudios, uno en especial le llamaría poderosamente la atención.

En medio de los escritos, Engels encontró unas notas sobre la sociedad prehistórica basadas en un libro del antropólogo Lewis Morgan donde se analizan los orígenes de la organización social. De las culturas primitivas a la civilización moderna; del denominado salvajismo a la formación de la familia patriarcal. Marx, entre sus anotaciones, había dejado unas líneas sobre las que Engels decidirá comenzar a escribir su obra: "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado". Un año más tarde, el tratado salía a la luz. 

Entre sus páginas, plantea que, en las organizaciones anteriores, "las mujeres ocupaban no sólo una posición libre, sino también una posición muy respetada". El derrocamiento del derecho materno, dirá, "fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo". El hombre tomó las riendas en la casa, degradando a la mujer, convirtiéndola en su servidora, una esclava de la lujuria, “un simple instrumento de reproducción". Una forma que supo atravesar los siglos, "gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida". Y así, poco a poco, la propiedad privada iría delimitando las escalas de poder. 

Los bienes comunes pasaron a ser mercancías y quien más tenía más privilegios poseía sobre el resto. Era el comienzo del fin de las organizaciones libres, de anarquismos o comunismos primitivos. Pero para que "estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas" es necesario un poder situado “aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del «orden»". Nacía así el Estado como ente regulador de la coerción. La sociedad, fragmentada y dividida en clases, comenzaría a abrirse paso contra las contradicciones y antagonismos impuestos en una lucha que lleva siglos. A pesar de tanta miseria y barbarie, el dinero, aquel invento que rige nuestras vidas, sigue siendo la báscula que distingue entre clases sociales, entre la vida y la muerte. Como diría Engels, "habían creado un poder social nuevo, el poder universal único ante el que iba a inclinarse la sociedad entera”. 

jueves, 23 de noviembre de 2023

Dios es Punk

 


Dios es punk, y ni siquiera cree en él. No es como lo pinta San Juan en sus visiones LSD del Apocalipsis. Lleva moicano de colores, bototos de milico con cordones rojos, y una polera de los Sex Pistols. Es hijo bastardo, no sabe quién lo creó. Un día llegó y se vió en esta realidad. Cuando empezó a tener conciencia de sí mismo, con el transcurrir de los años. se encontró con que él había creado el cielo y la tierra, y que toda la evolución fue en 7 días. A los dinosaurios los conoció cuando fue al cine a ver Jurassic Park, y dijo para sí "sí, en realidad yo habría creado criaturas así de fabulosas". Dios reconoció que pudo haber creado a dinosaurios, mamíferos y un largo etc. que llega hasta la humanidad. Lo que sí no reconoce es haber dicho que su pueblo elegido era Israel. "¿Cómo un anarcosindicalista como yo va a hacer declaraciones tan fascistoides como las que señalan los sionistas?"

Dicen que Netanyahu desconcertado se fue al Muro de los Lamentos y comenzó con las Lamentaciones: "Señor, ¿por qué nos has desconocido?". Nada se escuchó, sólo a lo lejos un radio con una canción de Flema que dice:

"Si yo soy así, no es por culpa de la droga

Si yo soy así, no es por culpa del alcohol"

sábado, 18 de noviembre de 2023

La rebelión contra el Imperio (por Karl Marx)

En 1857, el Imperio Británico fue amenazado por los cipayos, caballeros de la Compañía de las Indias Orientales, quienes desataron la rebelión anticolonial más sangrienta jamás sufrida por un imperio europeo durante el siglo XIX. Sin embargo, para encontrar paralelos a las atrocidades de los rebeldes, no hay que “ir más allá de la historia de la Inglaterra contemporánea”, como afirmaba entonces Karl Marx que, sin dejar de repudiar los crímenes de los cipayos, denunciaba las crueles represalias imperiales.

Londres, 4 de septiembre de 1857 

Los excesos cometidos por los cipayos rebeldes en India son verdaderamente horribles, repugnantes, inenarrables, de esos que sólo pueden esperarse en las guerras de motines, de nacionalidades, de razas y sobre todo de religión; en una palabra, aquellos que la respetable Inglaterra tenía por costumbre aplaudir cuando eran los vandeanos quienes los perpetraban contra los “azules”, o cuando eran las guerrillas españolas contra los infieles franceses, o los serbios contra sus vecinos alemanes y húngaros, o los croatas contra los rebeldes de Viena, o la guardia móvil de Cavaignac o los golpistas de Bonaparte contra los hijos y las hijas de la Francia proletaria. Por más infame que sea la conducta de los cipayos, no es más que un reflejo concentrado de la conducta de Inglaterra en India, no sólo durante la época de la fundación de su Imperio oriental, sino incluso durante los diez últimos años de su larga dominación. Para caracterizar esta dominación, basta con decir que la tortura constituía una institución orgánica de su política fiscal. Existe en la historia humana algo que se parece a la retribución; y es regla de la retribución histórica que sus instrumentos sean forjados no por los ofendidos sino por los propios ofensores. 

Los primeros golpes asestados a la monarquía francesa provinieron de la nobleza y no de los campesinos. La rebelión india no fue iniciada por los ryots, torturados, deshonrados y despojados por los británicos, sino por los cipayos, vestidos, alimentados, mimados, atendidos y consentidos por ellos. Para encontrar paralelos a las atrocidades de los cipayos no necesitamos, como pretenden algunos diarios de Londres, remitirnos a la Edad Media, ni ir más allá de la historia de la Inglaterra contemporánea. Basta con estudiar la primera guerra china: un acontecimiento de ayer nomás, por decirlo así. La soldadesca inglesa cometió entonces abominaciones sólo por placer, ya que sus pasiones no estaban santificadas por el fanatismo religioso, ni exasperadas por el odio hacia una raza conquistadora o impuesta por la fuerza, ni provocadas por la feroz resistencia de un enemigo heroico. Mujeres violadas, niños atravesados por lanzas, pueblos enteros quemados no eran más que atroces caprichos, que registraron no los mandarines sino los oficiales británicos mismos. 

Excesos y crueldades 

En la presente catástrofe también sería un error absoluto suponer que toda la crueldad está del lado de los cipayos y que toda la leche de la ternura humana fluye del lado de los ingleses. La correspondencia de los oficiales británicos destila odio. Uno de ellos, en una carta desde Peshawar, describe el desarme del Décimo Regimiento de Caballería Irregular, disuelto por no cargar contra el 55º Regimiento de Infantería indígena tal como le habían ordenado hacer. Suena exultante cuando informa que los hombres no sólo fueron desarmados, sino también despojados de sus abrigos y sus botas, y que tras recibir 12 peniques por cabeza fueron conducidos al borde del Indo, embarcados en botes y lanzados a la deriva del río, en cuyos rápidos, como el remitente se complace en imaginar, todos y cada uno de ellos habrá de morir ahogado. Otro nos informa que una vez, cuando ciertos habitantes de Peshawar provocaron una alarma nocturna al hacer explotar petardos de pólvora negra en honor de un casamiento (una costumbre nacional), a la mañana siguiente los autores de este incidente fueron amarrados y “fustigados de tal forma que no lo olvidarán fácilmente”. Cuando llegaron noticias desde Pindi acerca de que tres jefes indígenas estaban conspirando, sir John Lawrence mandó un mensaje ordenando que un espía asistiera a las reuniones. Tras el informe del espía, sir Lawrence envió un segundo mensaje: “Cuélguenlos”. Los jefes fueron colgados.    

Un funcionario de los servicios civiles de Allahabad escribe: “Tenemos el poder de la vida y la muerte en nuestras manos, y les aseguramos que no somos indulgentes”. Otro afirma, desde la misma ciudad: “No pasa día en que no colguemos entre diez y quince (no combatientes)”. Un oficial escribe, exultante: “Holmes los cuelga por docenas, en ‘bloque’”. Otro, aludiendo al ahorcamiento sumario de un numeroso grupo de indígenas, dice: “Entonces fue nuestro turno de divertirnos”. Un tercero: “Somos firmes en nuestras cortes marciales, y a todo negro que encontramos lo colgamos o lo fusilamos”. Se nos informa desde Benarés que treinta zamindares han sido colgados bajo la simple sospecha de simpatizar con sus compatriotas, y pueblos enteros han sido reducidos a cenizas por el mismo motivo. Un oficial de Benarés, cuya carta aparece publicada en The London Times, dice: “Las tropas europeas se han convertido en demonios al oponerse a los indígenas”. 

Y no debe olvidarse que, mientras las crueldades de los ingleses se relatan como actos de valentía marcial, y se las cuenta brevemente, simplemente, sin insistir en los detalles indignantes, los excesos de los indígenas, por más chocantes que sean, son deliberadamente exagerados. ¿Quién, por ejemplo, fue el autor del detalladísimo informe que apareció primero en Times y luego dio vueltas por toda la prensa londinense sobre las atrocidades perpetradas en Delhi y en Meerut? Fue un pusilánime pastor protestante que vivía en Bangalore, en la región de Mysore, a más de mil millas, a vuelo de pájaro, del teatro de la acción. Los auténticos informes de lo ocurrido en Delhi mostraron que la imaginación del pastor inglés era capaz de alumbrar peores horrores que la salvaje fantasía de un rebelde hindú. 

Las horribles mutilaciones cometidas por los cipayos resultan más intolerables a la sensibilidad de los europeos que los cañonazos sin cuartel contra las viviendas de Cantón que ordenó el secretario de la Asociación por la Paz de Manchester, o que los árabes quemados en la gruta en la que un mariscal francés los había amontonado, o los soldados británicos desollados vivos con un látigo de nueve puntas por orden de una corte marcial, o cualquier otro procedimiento filantrópico que se use en las colonias penitenciarias británicas. Como todas las cosas, la crueldad sigue las modas, que cambian según las épocas y los lugares. César, un letrado hecho y derecho, relata con candor cómo a muchos miles de guerreros galos se les cortó la mano derecha siguiendo sus órdenes. Napoleón habría tenido vergüenza de hacer algo así. Prefería enviar a sus propios regimientos sospechados de republicanismo a Santo Domingo, para que allí murieran a manos de los negros o la peste. 

El Tartufo de la venganza 

Las infames mutilaciones cometidas por los cipayos recuerdan las prácticas del Imperio Bizantino cristiano o las prescripciones de la ley criminal del emperador Carlos V, o, en Inglaterra, los castigos por alta traición que registraba el juez Blackstone. Para los hindúes, cuya religión los convirtió en virtuosos en el arte de torturarse a sí mismos, estas torturas infligidas a enemigos de su raza y de sus creencias parecen muy naturales, y deben parecerlo aun más a los ojos de los ingleses que, hasta hace pocos años, cobraban rentas por las fiestas de Krishna, protegiendo y contribuyendo a los ritos sangrientos de una religión de crueldad. 

Los rugidos frenéticos de “el viejo sanguinario Times”, como lo llamaba William Cobbett, su manera de interpretar un personaje furioso en una ópera de Mozart que se complace, al ritmo de los acordes más melodiosos, con la idea de colgar a su enemigo, luego quemarlo, luego descuartizarlo, luego desollarlo vivo; todo este furor de venganza parecería bastante estúpido si, bajo las declamaciones trágicas, no se distinguieran claramente los trucos de la comedia. The London Times carga con demasiada fuerza, y no sólo por pánico. Suministra a la comedia un tema que a Molière se le escapó: el Tartufo de la venganza. Lo que busca, simplemente, es hacer batahola para apoyar los fondos del Estado y encubrir al gobierno. Dado que Delhi no cayó, como las murallas de Jericó, con el soplo del viento, debe aturdirse a John Bull con los gritos de venganza, para hacerle olvidar que su gobierno es responsable del mal que lo aqueja y de las dimensiones colosales que éste adquirió.

*Este artículo de Karl Marx fue publicado en The New York Daily Tribune el 16 de septiembre de 1857.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Eratóstenes, y su cálculo de la circunferencia de la Tierra (Carl Sagan, en la serie Cosmos)

 "En una época que algunos humanos llaman siglo tercero a.e.c., en la mayor metrópolis de aquel tiempo, la ciudad egipcia de Alejandría. Vivía allí un hombre llamado Eratóstenes. Uno de sus envidiosos contemporáneos le apodó Beta, la segunda letra del alfabeto griego, porque según decía Eratóstenes era en todo el segundo mejor del mundo. Pero parece claro que Eratóstenes era Alfa en casi todo. Fue astrónomo, historiador, geógrafo, filósofo, poeta, crítico teatral y matemático. Los títulos de las obras que escribió van desde Astronomía hasta Sobre la libertad ante el dolor. Fue también director de la gran Biblioteca de Alejandría, donde un día leyó en un libro de papiro que en un puesto avanzado de la frontera meridional, en Siena, cerca de la primera catarata del Nilo, en el mediodía del 21 de junio un palo vertical no proyectaba sombra. En el solsticio de verano, el día más largo del año, a medida que avanzaban las horas y se acercaba el mediodía las sombras de las columnas del templo iban acortándose. En el mediodía habían desaparecido. En aquel momento podía verse el Sol reflejado en el agua en el fondo de un pozo hondo. El Sol estaba directamente encima de las cabezas. *

Era una observación que otros podrían haber ignorado con facilidad. Palos, sombras, reflejos en pozos, la posición del Sol: ¿qué importancia podían tener cosas tan sencillas y cotidianas? Pero Eratóstenes era un científico, y sus conjeturas sobre estos tópicos cambiaron el mundo; en cierto sentido hicieron el mundo. Eratóstenes tuvo la presencia de ánimo de hacer un experimento, de observar realmente si en Alejandría los palos verticales proyectaban sombras hacia el mediodía del 21 de junio. Y descubrió que sí lo hacían. Eratóstenes se preguntó entonces a qué se debía que en el mismo instante un bastón no proyectara en Siena ninguna sombra mientras que en Alejandría, a gran distancia hacia el norte, proyectaba una sombra pronunciada. Veamos un mapa del antiguo Egipto con dos palos verticales de igual longitud, uno clavado en Alejandría y el otro en Siena. Supongamos que en un momento dado cada palo no proyectara sombra alguna. El hecho se explica de modo muy fácil: basta suponer que la tierra es plana. El Sol se encontrará entonces encima mismo de nuestras cabezas. Si los dos palos proyectan sombras de longitud igual, la cosa también se explica en una Tierra plana: los rayos del Sol tienen la misma inclinación y forman el mismo ángulo con los dos palos. Pero ¿cómo explicarse que en Siena no había sombra y al mismo tiempo en Alejandría la sombra era considerable? Eratóstenes comprendió que la única respuesta posible es que la superficie de la Tierra está curvada. Y no sólo esto: cuanto mayor sea la curvatura, mayor será la diferencia entre las longitudes de las sombras. El Sol está tan lejos que sus rayos son paralelos cuando llegan a la Tierra. Los palos situados formando ángulos diferentes con respecto a los rayos del Sol proyectan sombras de longitudes diferentes. La diferencia observada en las longitudes de las sombras hacía necesario que la distancia entre Alejandría y Siena fuera de unos siete grados a lo largo de la superficie de la Tierra; es decir que si imaginamos los palos prolongados hasta llegar al centro de la Tierra, formarán allí un ángulo de siete grados. Siete grados es aproximadamente una cincuentava parte de los trescientos sesenta grados que contiene la circunferencia entera de la Tierra. Eratóstenes sabía que la distancia entre Alejandría y Siena era de unos 800 kilómetros, porque contrató a un hombre para que lo midiera a pasos.

Ochocientos kilómetros por 50 dan 40 000 kilómetros: ésta debía ser pues la circunferencia de la Tierra. Ésta es la respuesta correcta. Las únicas herramientas de Eratóstenes fueron palos, ojos, pies y cerebros, y además el gusto por la experimentación. Con estos elementos dedujo la circunferencia de la Tierra con un error de sólo unas partes por ciento, lo que constituye un logro notable hace 2200 años. Fue la primera persona que midió con precisión el tamaño de un planeta."

jueves, 16 de noviembre de 2023

La llegada de los Maestros de la Piedra (de J.R.R. Tolkien)


“Sucedió durante la segunda edad del cautiverio de Melkor que los Enanos llegaron por sobre las Montañas Azures de Ered Luin a Beleriand. A sí mismos se llamaban Khazad, pero los Sindar los llamaban los Naugrim, el Pueblo Menguado, y Gonnhirrim, Maestros de la Piedra. Lejos, hacia él este, estaban las más antiguas viviendas de los Naugrim, pero habían excavado para ellos grandes estancias y mansiones, de acuerdo con el estilo de los Enanos, en las laderas orientales de Ered Luin; y a esas ciudades las llamaban Gabilgathol y Tumunzahar. Al norte de la gran altura del Monte Dolmed se levantaba Gabilgathol, que los Elfos traducían como Belegost, vale decir, Grandeburgo; y al sur había sido excavada Tumunzahar, llamada Nogrod por los Elfos, Morada Hueca. La mayor de las mansiones de los Enanos era Khazad-dûm, la Caverna de los Enanos, Hadhodrond en lengua élfica, que luego en los días de oscuridad se llamó Moria; pero se encontraba lejos en las Montañas Nubladas, más allá de las vastas leguas de Eriador, y a los Elfos les llegó sólo como un nombre y un rumor de las palabras de los Enanos de las Montañas Azules.

  Desde Nogrod y Belegost, los Naugrim llegaron a Beleriand; y los Elfos se llenaron de asombro, porque se creían las únicas criaturas vivientes de la Tierra Media que hablaban con palabras o trabajaban con las manos, y pensaban que todas las demás no eran sino pájaros y bestias. ”

(Pasaje de "El Silmarillion", J.R.R.Tolkien)

Ilustración por Vožd Augustus (Llevado a las reminiscencias del Arte Bizantino)

viernes, 10 de noviembre de 2023

¿Qué le dijo Albert Einstein al líder sionista de EE.UU. Shepard Rifkin, en respuesta a su petición de apoyo?


 ¿Qué le dijo Albert Einstein al líder sionista de EE.UU. Shepard Rifkin, en respuesta a su petición de apoyo?

"Estimado señor,

Cuando una catástrofe real y final caiga sobre nosotros en Palestina,  el principal responsable por ésta será Gran Bretaña, y el segundo  responsable serán las organizaciones terroristas nacidas desde nuestras  propias filas.

No me gustaría ver a alguien asociado con esa gente criminal y engañadora

Albert Einstein ✍️"

Esta carta fue en respuesta a las solicitudes de los sionistas para  contar con el apoyo de Einstein. Ésta fue escrita el 10 de abril de  1948, un día después de que el mundo conociera los resultados de la  horrorosa masacre de Deir Yassin, donde unos 254 aldeanos palestinos  fueron  asesinados y mutilados por bandas sionistas y fue aprovechada y  publicitada por el sionismo para generar temor y el éxodo de los  palestinos de sus hogares y tierras.