miércoles, 29 de mayo de 2019

El pájaro Dziú (Leyenda Maya)




Cuentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos su sorpresa fue muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas.

Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el Dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama llegó a toda prisa el Toh, un pájaro negro cuyo - mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas. El Toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo.

Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:

—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de la vida, Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semi- llas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar.

En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro Dziú pensó:

—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida.

Y mientras, el pájaro Toh se dijo: — Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero.

Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el Toh vio al Dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al Dziú no le importó y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo,

El Toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los Campos, pero se sintió muy cansado y se dijo:

—Voy a descansar un rato. Ya voy a llegar y los demás todavía han de venir lejos.

Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la semilla y que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi las habían salvado | todas, solo faltaba la del maíz. El Dziú volaba desesperado en busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó el Toh, pero cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, | voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas.

En cambio, al Dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los maizales, | y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico unos granos de maíz.

El Toh no pudo menos que admirar la valentía del Dziú y se acercó a felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta de que habían cambiado: los ojos del Toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al Dziú le quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.

Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del Dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue precisamente el Toh, avergonzado por su conducta, quien propuso que se le diera al Dziú un derecho especial:

—Ya que el Dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros.

Las aves aceptaron y desde entonces, el Dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de cuidar a sus crías. Solo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa.



martes, 28 de mayo de 2019

La tortuga del pescador Urashima y su visita al fondo del mar (Leyenda Japonesa)


Hace mucho tiempo, en una de las islas al oeste del Japón, vivía Urashima Taró. Era el único hijo de
un matrimonio de pescadores muy pobres, cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la playa. Los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo.

Un día, cuando Urashima volvía de pescar, vio cómo unos niños le estaban pegando a una enorme tortuga. Entonces se enfadó muchísimo y se les acercó para reprenderlos y salvar a la tortuga. Los niños se fueron cabizbajos, y Urashima tomó la tortuga y la llevó de regreso al mar. Cuando vio que la tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regresó a casa muy contento.
Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urashima tiraba al agua y recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red, vio que estaba la tortuga que él había echado al mar unos días antes. Esta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio.


Además te quiere dar la mano de su hija, la hermosa princesa Otohime", Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas piedras preciosas.


Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padres debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y le dio una pequeña caja de madera atada con un cordón de seda. Cuando se la entregó, le dijo que si quería volver a verla no la abriera.

Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las hi casas ni a las personas. Y cuando buscó la casita de sus padres solo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos. Finalmente, un señor viejo, viendo la desesperación de Urashima, le explicó que no lo recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.
Se dirigió a la playa, y sin saber qué hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío salió de la caja y envolvió a Urashima. Este recordó loque | le había dicho su mujer, pero de pronto se sintió muy cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.